(para acomopañar)
Hacía ya treinta años que se había inventado el tan lujoso aparato, pero ella tan sólo lo había tenido por dos días y cuando descubrió la magnificencia de su uso ya nunca lo dejó. Así pasaron dos años: ella pegada al teléfono, esperando a recibir una llamada y en cuanto colgaba, llamaba a alguien distinto.
Siempre llamaba por teléfono, entre más usaba el aparato, más adicta se hacía a él. Las noches y los días se hacían cada vez más cortos para llamar a sus conocidos. Su vida se había reducido a una llamada permanente, a un aislamiento total en el que su único contacto con el mundo exterior era el teléfono.
Gran parte de la fortuna que su marido le dejó, la había gastado en servicios telefónicos. A pesar de que las mucamas intentaban alejarla del teléfono, les era imposible. Bastaba un segundo de distracción para que ella levantara la bocina y marcara a alguien. Ya había perdido varias amistades, todas por la misma razón: estaban hartas de sus llamadas imprudentes a altas horas de la noche, a cualquier momento. Sin embargo aún le quedaban unas cuantas amistades fieles, que siempre contestaban y conversaban con la viuda.
Poco a poco, la vida de la señora fue absorbida por el teléfono. Hasta que un buen día una de las mucamas tuvo la grandiosa idea de deshacerse del teléfono, así la señora ya no tendría los medios para llamar. Un día, durante las pocas ocasiones que la viuda visitaba el tocador de la casa, dicha mucama cortó el cable del teléfono. Se llevó una gran sorpresa al escuchar un grito proveniente del tocador, y sin retraso el cable comenzó a sangrar. La viuda apresuradamente se dirigió al teléfono y al ver que lo que ocurría simplemente esperó a morir junto con el artefacto, pues tal había sido su dependencia que al atentar contra el teléfono, también atentaban contra ella; al cortarlo, también la habían herido de algún modo. Fue cuestión de tiempo para ver a dos víctimas en el suelo.
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